En una mañana gris


 Charles Chaplin dijo alguna vez que existe algo tan inevitable como la muerte, la vida. Pero también existe otra inevitabilidad, la de los vivos que tienen que enfrentar la muerte. Y desde que el hombre ha tomado conciencia de su finitud, ha intentado encontrar la manera de lidiar con ello, sin resultado. Por eso existen las religiones como un paliativo para enfrentar el vacío de una existencia condenada al olvido y la desmemoria. 

Borges escribió que una cosa, o un número infinito de cosas, muere en cada agonía, salvo que exista una memoria del universo, como han conjeturado los teósofos. Por eso también existe la literatura. La escritura solo puede surgir de la angustia del vacío, de la necesidad de exorcizar los propios demonios pero también sirve para guardar la memoria de los que ya no están entre nosotros.

En esta mañana gris nos despertamos con la noticia, otra vez, de la tragedia de una vida arrebatada. Del sinsentido que asoma entre los resquicios de una vida a la que intentamos dar algún sentido para intentar olvidar que nuestra existencia no es más que una breve rendija de luz entre dos eternidades de tinieblas. De la tristeza infinita que embarga a quienes deben lidiar con la perdida. De la pregunta sin respuesta acerca de la inevitabilidad de la vida pero sobre todo de la inevitabilidad de la muerte.

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