De regreso al paraíso...



No ha terminado de secarse la tinta de las resoluciones de oficialización de los candidatos triunfantes cuando ya todo ha vuelto a la normalidad en nuestra bucólica aldea de montaña. Y esa vuelta a la normalidad supone que todas las promesas y los gestos que se hicieron en los días previos a las elecciones ya han quedado en el olvido. Las maquinas que habían llegado a esos barrios olvidados por la gestión municipal con bombos y platillos ya se han retirado en un ominoso silencio.

La retahíla de obras iniciadas que la prensa abonada al erario municipal anuncio con tanta parafernalia ya ha quedado paralizada o directamente en el olvido. Las lluvias ya han hecho aflorar aquellos baches reparados con fecha de vencimiento y las calles a medio enripiar se han transformado en verdaderos lodazales que hacen inaccesibles barrios enteros para los propios vecinos. Los expedientes largo tiempo demorados, que en los días previos a las elecciones parecían resolverse han vuelto a caer en el sopor administrativo que los envuelve habitualmente. Las habilitaciones siguen tardando meses, los finales de obra, años, si es que llegan, y la discrecionalidad y la arbitrariedad vuelven a campar a sus anchas por los pasillos y oficinas municipales donde las dependencias vuelven a transformarse en reinos de taifas, cada uno de ellos a cargo del señor de turno.   

Del mismo modo, el Concejo Deliberante, al que la campaña electoral había colocado en una especie de hibernación vuelve a transformarse en el centro de peregrinación de todos los reclamos que la desidia y la inacción del gobierno municipal genera diariamente. La falsa ilusión de que el Concejo Deliberante puede lograr que el ejecutivo municipal cumpla su cometido hace que la sede legislativa se parezca cada vez más a una iglesia parroquial en el día de sus santo cuando todos los feligreses se congregan para pedir el milagro que nunca llega.

No parece haber por tanto nada que pueda hacer creer al ciudadano de a pie que algo vaya a cambiar en lo que queda de esta gestión municipal y mucho menos en la que comenzará el 10 de diciembre. Todo parece indicar que al igual que las suplicantes en la tragedia de Eurípides, los sanmartinenses deberemos seguir implorando al gobierno municipal para que cumpla con la ley. Solo resta por ver si, al igual que en la tragedia, el desprecio que exhibe el municipio ante las reclamaciones de los ciudadanos consigue que estos finalmente abandonen esta actitud resignadamente contemplativa, asuman la responsabilidad que les cabe individualmente y exijan por todos los medios lo que hoy parece imposible: que el gobierno municipal haga lo que debe hacer: trabajar para los ciudadanos.
 
       

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